martes, 21 de septiembre de 2010

Nº 54 - Primavera 2010

Editorial


Manifiesto

Diógenes andaba con una vela; bebía el vino cósmico de la vida; proclamaba el manifiesto de fin de siglo.
Ser un Diógenes en estos, no le hace mal a nadie; excepto de los que nos hagan mal los que están del otro lado de la vía.
Tampoco, tener el rostro crístico de Jesús, los lentes del Mahatma, el color de piel de Luther King, la filosofía platónica de muchos Sócrates.
Parecerse a éstos héroeseres todos los tantos y (ser) santos días del calendario. Estar entre ellos a cada instante; filosofar, delirar; afeitarse o no afeitarse, raparse o no raparse; eso no interesa. Ideal sería ser el habitante mundano que llevamos a cuesta y deliberar con los pájaros, con el aires; desearse perfecto en su interior como en los rasgos de cada fisonomía corpórea.
Y andar como Diógenes con una vela por las esquinas de la noche; hilar como Gandhi los sonidos secretos del silencio; pintar de negro como Luther, las almas blancas de los ángeles.
De oír como; de Jesús, a los que elevan su timbre de voz en las tinieblas; ignorar a los ignorantes, a los poderosos a los, gobernantes, a quienes clausuran y torturan; decretar sitios de estado a los bacanes que acumulan en sus dineros, bolsillos de oros y diamantes; expropiarle sus rarezas de tesoros, para que la posean famélicos y necesitados.
Sembrar los surcos de éste planeta, para que broten semillas de poemas y flores; desterrar misiles, bombas y metrallas, para imponer sobre la faz, la idea insurgente de la palabra.
Sentarse a la vera del camino o ver pasar un cristalino río; acostarse entre el frescor de la tarde y los árboles, y poder delirar, soñar, vivir despierto al mismo tiempo con la mirada relente y perdida, hacia un punto “x” del infinito; tener como hábitat, un tonel – como Diógenes, que renunció al confort que ala vida le ofrecía - , y si es posible, un tonel pletórico de buen vino cósmico, porque el sabor de su líquido, deleita cuitas, y embellece de sones las metáforas.
Delirar, exhalar el aire innato no cuesta nada; saber aprovechar el candor de cada instante; pues, no sea cosa que venga uno de esos que dicen llamarse mesías, y nos prohíbe, nos censure, nos cobre impuesto, o nos privatice la existencia.-

domingo, 19 de septiembre de 2010

Patricia Díaz Bialet

Pista de baile (III)

Bajo el foco celeste y siempre con la mano ocupada
A lo largo del piolín desgajado de su pierna
El borracho se despluma de afectos, de podredumbres
/ajenas


Mientras empuña las copas impensables


Uno tras uno los elixires le aguijonean el recuerdo
Ya no importa quién es o quién ha venido a buscarlo
El borracho presenta su tapón de sueño, su anillo de
/hastío


Y siente como una mano apresa su cintura
Pero es inútil asirlo:
Todo el que se acerque se prende fuego


(Anida un vaso de azufre en sus entrañas)


un lugar en Florida y Marcelo T . de Alvear, Buenos Aires



(del libro: "Agualava" , Atuel/Poesía. 2009)





Buenos Aires
Contacto: pbialet@ssdnet.com.ar

Juan Disante




La Pomeña

Eulogia Tapia es una coplera que actualmente vive en un puesto de campo en La Poma del norte de Salta. Detrás de sus ojos hay un recuerdo y detrás de esa zamba, una entrañable historia que un lejano día vivió.
Aquella vez, sobre el filo el carnaval, en el boliche "La flor del pago" en una mesa disfrutando de un vinito estaba Manuel Castilla. Cuando en ese momento entró Eulogia con su caja bajo el brazo, su cara salpicada de harina y sus diezysiete jugleros años. Y entonces empezó el contrapunto con Manuel en un ir y venir de coplas donde todo era poesía. Un diálogo musical donde debería ganar quien no perdía inspiración. De esa forma, y mientras pasaban las horas y llegaba la nohe, sacaron todo su ingenio de adentro, hasta que Castilla "no tuvo más que decir", según atestigua el cantinero.
Había triunfado Eulogia.
Bajo la mirada atónita del poeta la joven pomeña salió por la puerta para desatar su caballo rumbo "a las casas". No sea que su padre "me sorprenda en el boliche".
Al día siguiente, Castilla que no había asumido su derrota, fue a buscar a Eulogia a su rancho, en donde fue muy mal recibido por su padre don Joaquín "que era más bravo que el cardón".
Al día siguiente, frente a dos vinitos, Manuel Castilla junto al "Cuchi", terminaban la zamba, un verdadero himno salteño cantado en toda América.
Hoy Eulogia, de avanzada edad, se convirtió en una leyenda que deambula por los caminos del norte. Y a pesar de la popularidad de su nombre sus cosas no han cambiado. Cada mañana, apenas asoma el sol, ella sale de su humilde rancho de adobe para ordeñar sus cabras y seguir cortando el trigo de su pan. Llegado el mediodía, saca unas hojitas de coca de su bolsillo y matea con su marido, mientras trata de encontrar un nuevo secreto en las flores de alfalfa que cubren su territorio.


Eulogia Tapia en la Poma
al aire da su ternura
Si pasa sobre la arena
iba pisando la luna

El trigo que va cortando
madura por su cintura
Mirando flores de alfafa
sus ojos negros se azulan

El sauce de tu casa
te está llorando
porque te roban Eulogia
carnavaleando

La cara se le enharina
la sombra se le enarena
Cantando y desencantando
se le entreveran las penas

Viene en un caballo blanco
las cajas en sus manos tiembla
y cuando se hunde en la noche
es una dalia morena

Letra: Manuel J. Castilla
Música: Gustavo "Cuchi" Leguizamón




Buenos Aires
Contacto: juan.tefuisteporlaletra@gmail.com

   Maria Paz Levinson

Lluvia de marzo

Mordemos fuerte la piel rugosa
y jugamos a ver quien escupe más violeta
la piel de la uva es muy amarga
ya de chiquita nace aburrida
si la guían logra ser una planta equilibrada
igual que el adolescente que busca un maestro
si la dejan crecer sin parar, se trepa donde sea
hay que poner sólo unos alambres, no muchos
pero tener algo de dónde agarrarse
la planta joven da muchos racimos
la planta vieja da menos pero mejores
las bayas cuelgan como monedas azulinas
hinchadas de expectativas, de azúcar
todos las probamos y explotan adentro
la uva tiene un pincel de donde se sostiene
chupa el nutriente para la pulpa, la carne transparente
cada vez más dulce, madura lento
también nos contaron lo que hacen cuando hay heladas
prenden tachos con restos de plantas secas
sarmientos buenos para el fuego
el humo imita la niebla, cálida con olor
los hombres llenan los tachos oxidados
muy temprano después de prender en casa su estufa
En el invierno la planta parece muerta
todas las hojas se caen, sólo son troncos retorcidos y pelados
cuando llega el invierno también nos quedamos en casa
la noche del sábado o cualquiera no hay ganas de salir
pero cuando esta por llegar la primavera,
nos manda señales. Por los troncos empieza a circular
otra vez la sangre, es el momento de hablar, juntarse, hacer,
unas gotas de salvia salen de la piel, las plantas se despiertan
vamos a salir de casa, tomar cerveza en la vereda,
brota, (la flor tiene los dos sexos) se fecunda
con el viento pueden perderse muchas flores, dinero.
Adentro de la casa de la uva blanca, el perfume marea
tenemos un techo de uvas blancas y gordas
si todas se pinchan cae una lluvia dulce
los zarcillos se enroscan en el alambrado
los brazos sostienen toda la vid, como un pájaro anclado
los padres andan por el campo tocando las hojas
entendiendo los signos de vigor o decadencia,
de las plantas a la tarde en el campo
bayas, uvas, granos, tres palabras para decir lo mismo
las plantas estresadas necesitan agua
las mujeres tristes necesitan tiempo
las piedras retienen calor y reflejan la luz
los pastos chupan y sacan el agua
el suelo más pobre es el más rico
van a cortar las frutas, se va a generar mucho dinero
todo tiene que estar bajo control
las lluvias limpian el campo
las lluvias limpian el campo de ambición.




Capital Federal.
Contacto: paz.levinson@gmail.com

Analía Pascaner

Un camino sin retorno

El deslucido abrigo de cuero pesaba holgado sobre sus hombros. La cabeza inclinada sobre el pecho, el cuello levantado de la campera, las manos dentro de los bolsillos, todo era inútil para protegerse del viento helado. Oscar Rosales caminaba lentamente por las calles desoladas. La llegada repentina del frío había atemorizado a los vecinos.
Pensaba en Matilde y en los amargos calentitos y espumosos, en la sonrisa luminosa y en el calorcito de la estufa a querosén; pensaba en la mirada amable y en el amparo de las paredes cálidas, en las palabras comprensivas y en su propio desaliento.
Oscar pensaba…
Los cincuenta y dos años se apretaban en su cuerpo, la humedad se concentraba en sus huesos, la angustia se traslucía en su rostro. Desanimado, sus pasos conduciéndolo a ningún lugar, Oscar pensaba: ¡Qué boludo! ¿Cómo pude aceptar la jubilación a los cincuenta? Y no hallaba respuesta a esa pregunta que día a día lo atormentaba más y más.
Bastante tiempo atrás se había agotado el dinero del cheque de la indemnización. Ya no hacía changas en el taller de Edmundo porque el chico de la vuelta, ése que abandonó el colegio, “es más joven y más fuerte, ¿me entiende?”. El dueño del estacionamiento en el cual trabajó unos meses le explicó que “el hijo de Moreno tomará su puesto para pagarse los estudios, buen pibe ¿vio?”. Ya no se reunía con los amigos a tomar unos vinos en el bar, ¿cómo los pagaría?, no le agradaba aceptar limosnas. Lo borraron del club por falta de pago, ahora ni siquiera podía entrar a la cancha para distraerse, por unos pocos pesos, viendo los partidos de su equipo de la categoría “C”.
Se sentía solo. Estaba solo. La muchachada lo fue dejando solo o tal vez él se fue apartando del camino de aquellos obreros de la fábrica que dio de comer a tantas familias durante tantos años.
Y Oscar pensaba… Al flaco Iriarte y al gordo Enrique también los tentaron, los hicieron caer como a él. Iriarte juntó su vida en cuatro bultos y se fue a su pueblo natal, allí lo esperaba su madre; y el flaco se fue porque sabía que en casa de la vieja no le faltaría el puchero. Y el gordo Enrique, buen tipo, se murió “de depresión” comentaban algunos: dejó de comer, perdió la afiliación al club, no aparecía por el bar, no recibía a los pocos amigos que visitaban su casa. Y se murió el gordo, se murió de tristeza y soledad.
Oscar salía a caminar todos los días, empapado por la lluvia o tiritando por el frío, azotado por el viento o agobiado por los cuarenta y tantos grados. Él debía encontrar una salida. Deambulaba todos los días por el barrio, algunas veces lo acompañaba unos metros el chico diferente, ése… el de la sonrisa despreocupada. Esquivaba la cuadra del bar y la manzana del club; evitaba mirar a aquellas personas con quienes se cruzaba en el camino. Descansaba sentado en un banco de la plaza, esa plaza donde nació la idea, esa plaza donde veía a los pibes jugar con la pelota raída, esa plaza donde los jubilados jugaban a las bochas. Los jubilados de antes, los de setenta y tantos años, los jubilados de verdad. Oscar se sentía joven, sin embargo no todos opinaban lo mismo: para ningún trabajo era joven.
Ese día se movía pesadamente, como si sus pies se resistieran a consentirlo en la misión desesperada que tramaba. Su mano acarició el frío del metal que llevaba desde esa mañana en el bolsillo.
Faltaban pocos metros para llegar. Levantó la mirada y observó la bandera gastada sobre la puerta de entrada, un jirón descolorido zamarreado por el viento feroz, y un impulso renovado aceleró sus pasos. Sus pensamientos lo atormentaban y su respiración le quemaba, un nudo comprimiendo su garganta y una piedra hundiendo su estómago. Esa idea lo martirizaba: debía concretarla hoy, le resultaban insoportables las peripecias con que se burlaba desde su mente. Y Oscar pensaba: Matilde… ¿qué diría ella?, y luego se animaba: ¡Qué carajo! por Matilde lo hago, ella se merece algo mejor.
Faltaban pocos minutos para las veinte horas. Sólo se encontrarían Joaquín y la empleada nueva, ambos terminando una jornada de trabajo para luego regresar a sus hogares, disfrutar junto a sus familias, entregarse al sueño tranquilo; ambos sabían que al día siguiente un trabajo los esperaba. Repasó el plan una y otra vez. No había posibilidad de error, la policía jamás andaba por esa zona, a esa hora se internaba en la villa haciendo redadas. Nada podía salir mal. Envalentonado por la angustia traspasó el umbral y allí permaneció inmóvil, la calidez del ambiente lo intimidó.
-¡Qué sorpresa, Oscar! Llegó justo, ya casi cerramos -expresó Joaquín observándolo a través de los lentes-. ¿En qué le puedo ser útil?
Como única respuesta, esbozó una débil sonrisa y se acercó al mostrador susurrando: Pobre Joaquín, cada día más sordo y más miope. La empleada llenaba unas planillas y el encargado regresó a sus papeles. Oscar sacó el revólver del bolsillo y murmuró algo así como “esto es un asalto”. Entonces Joaquín le preguntó:
-¿Cómo dice, Oscar?
Algo más seguro, insistió:
-Don Joaquín, deme la recaudación del día y no les pasará nada a usted ni a la chica.
El encargado, atónito, observó el arma reluciente sostenida por una mano temblorosa, se acomodó los lentes y, con torpeza, abrió un cajón debajo del mostrador. Comenzó a sacar los billetes, los cuales Oscar tomaba y hundía de manera desordenada en sus bolsillos.
-Lo van a agarrar, Oscar, y usted es un buen hombre, usted no es de ésos.
-No soy nadie, don Joaquín, no tengo nada, me dieron la jubilación y me arrancaron la dignidad. Deme la plata y me voy de aquí, sé que usted no contará nada, tampoco la chica.
Terminó de guardar los billetes mientras repetía, como intentando convencerse a sí mismo:
-Lo siento, don Joaquín, no es nada contra usted. Ya me voy y todos olvidaremos este incidente.
Oscar notó la expresión de Joaquín: detrás de los vidrios gruesos sus ojos se mostraron sorprendidos y sus labios se torcieron en una mueca grotesca. Oscar no advirtió que la empleada clavó su mirada en la puerta de calle. De pronto escuchó una frase común, una frase que se le ocurrió irreal, y el silencio se rompió con palabras ásperas, lejanas, contundentes:
-¡Alto! ¡Policía! ¡Suelte el arma! Ponga sus manos detrás de la cabeza y gire lentamente.
Y Oscar pensó… Pensó en Matilde (¡cómo la iba a extrañar!), en sus amigos, en los pibes jugando el picadito en la plaza, en la sonrisa babeada del chico especial, en los años entregados a la fábrica, en el trabajo que esperaba y jamás llegó, en la plata del cheque que voló, en los hijos que no tuvo, en su juventud perdida por las obligaciones, en sus sueños olvidados, en sus ilusiones de tener algo mejor, de ser alguien mejor, de vivir un poco mejor.
Entonces Oscar decidió.
Giró sobre sus talones pausadamente mientras ponía el arma en su sien derecha.
El sonido retumbó en la sala casi vacía del correo.
Y Oscar ya no pensó más.




Catamarca (Argentina)
Contacto: analiapascaner@gmail.com

Armando Tejada Gómez



Resurrección de la alegría

Ya no me acuerdo del olvido
ni de la ausencia lastimando,
solo recuerdo tu silueta
dulce habitante del paisaje,
resurrección del cielo tuyo
entre mis manos y la tarde
ya no me acuerdo del olvido,
ando de sol con tu milagro.


Desde el amor todo regresa
como los pájaros y el alba;
Resurrección: digo su nombre
y lleno el aire de campanas,
porque el que nace a la ternura
vence a la muerte cotidiana,
abre las puertas de la vida
y lleva un niño en la mirada.


Amor que vuelve,
amor que espera,
amor que dura,
amor que nace.


Resurrección de la alegría,
estoy de fiesta con mi sangre,
porque el que nace a la ternura
vence a la muerte cotidiana,
abre las puertas de la vida
y lleva un niño en la mirada.
Resurrección …. Resurrección …



Nació en Mendoza el 21 de abril de 1929 en el seno de una familia de descendientes de huarpes, de trabajadores rurales de muy escasos recursos. Fue el anteúltimo de 24 hermanos. Quedó huérfano de padre a los cuatro años, razón por la cual su madre debió repartir a los hijos. Armando fue criado entonces por su tía, quien le enseñó a leer. Prácticamente no fue a la escuela y comenzó a trabajar a los 6 años, como canillita (vendedor callejero de diarios), y luego lustrabotas.
Poeta, letrista, escritor y locutor argentino, relacionado con la música folklórica. Es el autor de la letra de "Canción con todos", considerado Himno de América Latina. Incluido entre las cinco máximas figuras autorales del folklore argentino.
Falleció en Buenos Aires, el 3 de noviembre de 1992.
Publicó: Pachamama. Poemas de la tierra y el origen, Tonadas de la piel, Antología de Juan, Canto popular de las comidas, Ahí vá Lucas Romero.